A pesar de que la ola de expectación en torno a las criptomonedas o monedas virtuales está perdiendo fuelle entre la opinión pública[1], el movimiento iniciado continúa siendo bastante sólido.
La versatilidad de la tecnología, su despliegue dentro de un contexto digital que permite llegar rápidamente a millones de individuos, su carácter potencialmente anónimo y el lugar que podría ocupar dentro del sistema financiero global genera cuestiones, sueños o miedos según el escenario y la función que desempeña cada uno.
El sueño, para muchos, se basa en el hecho de que este ecosistema está repleto de innovaciones[2], de promesas de descongestión de la sociedad, de desintermediación. Esto atrae a inversores de todo tipo, desde instituciones financieras hasta ciudadanos atraídos por el potencial de uso y/o la volatilidad de los precios.
Esta tecnología es la promesa de un mundo nuevo, con lo que podría describirse como una transacción aumentada: que posee las características legales y contractuales de la transacción entre pares, una transacción relacionada con un servicio o un bien que se puede utilizar o adquirir en la vida real o el mundo virtual[3].
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