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El boletín mensual del Laboratorio Europeo de Anticipación Política (LEAP) - 15 Ene 2018
El extracto publico

Como introducción a nuestras tendencias al alza y a la baja presentadas en este número, elaboraremos las orientaciones que consideramos estructurantes para 2018. Este panorama, combinado con las 30 tendencias al alza y a la baja, presenta una visión del horizonte que entrevemos para este año.

En el último número, pusimos de relieve el fin de lo que desde febrero de 2006 venimos llamando “la crisis sistémica global”[1]. Doce años más tarde, nuestro equipo cree que ya se han superado todas las etapas de transición entre “el mundo de antes” y “el mundo de después”. Aterrizamos ahora en este “mundo de después”, cuyo carácter inmenso e inexplorado cambia radicalmente la naturaleza de los desafíos a los que nos enfrentamos.

Nuestro estudio de la crisis sistémica global ha consistido esencialmente en anticipar, con la mirada puesta en elementos ya familiares para nosotros, las crisis derivadas del colapso del mundo que conocíamos desde 1945. En cierto modo, ahora las cosas se complican porque se trata de anticipar los riesgos derivados de la emergencia de un mundo desconocido.

Sin embargo, para orientarse en este nuevo mundo, los actuales sistemas públicos de información (medios de comunicación, institutos de estadística, etc.) ni han incorporado herramientas modernas de observación (principalmente, el big data) ni tampoco se han adaptado a las nuevas dimensiones de este mundo abierto y gigantesco. Además, la consciencia de estos límites está dando lugar a una especie de negación de las nuevas realidades: temor a asustar a la población, vértigo ante los enormes desafíos que nos esperan, “provincialización” de nuestros medios de comunicación, que están creando una sensación ilusoria de vuelta a la calma.

La nota dominante de este año puede resumirse en una frase: “agentes inmaduros evolucionando en un universo nuevo y en ausencia de un marco común”, una situación inevitablemente peligrosa.

Preparación del mundo de después: ocasiones perdidas

Este “mundo de después” no nace en buenas condiciones. En particular, Occidente[2] ha preferido negar el imperativo de transición antes que prepararse junto a los nuevos grandes agentes.

Por ejemplo, Occidente habría podido prever la necesaria reestructuración de las instituciones internacionales con miras a la plena integración de los grandes agentes de la nueva geopolítica mundial (China, India, Rusia…). O anticiparse a la imposibilidad de reformar estas instituciones y optar en consecuencia por una cooperación con estos agentes, en aras de crear los próximos instrumentos de gobernanza global (acercamiento Euro-BRICS[3], Unión del Ártico, como sugerimos en este número, etc.). Sin embargo, en lugar de adoptar una actitud constructiva, los aparatos estadounidenses y europeos han preferido ver la gran reconfiguración geopolítica global como un ataque personal contra su hegemonía.

Gráfico 1 – Proporción del PIB mundial de EE. UU. (azul) y los BRICS (rojo), 2000 – 2013. Fuente: The Brics Post.

El resultado es un sistema internacional en pedazos, despojado de toda legitimidad para representar cualquier orden mundial. Como ejemplo, ¿cómo puede la OMC afirmar ser “mundial”, cuando sus principales miembros (Europa, EE. UU., Japón) se oponen tan tajantemente a conceder a China el estatus de economía de mercado?[4] La OMC se parece más a un club privado con tendencias a endurecer sus normas de admisión, que a un espacio internacional abierto[5]. Desde el punto de vista de una parte del mundo que ahora representa la mayoría, las instituciones internacionales del siglo XX no son más que instituciones occidentales.

Ahora, este fracaso existencial está desencadenando ataques entre los propios miembros de estos diferentes “clubes occidentales”, como sugieren el nuevo pleito entre Canadá y EE. UU. en el marco de la OMC[6] y la desintegración de la UE.

Occidente sigue procurando mantenerse alejado de todo intento de organización del mundo por parte de las potencias emergentes e incluso las sigue considerando con cierto desdén. Ya no se discierne ningún proyecto serio de gobernanza mundial.

En 2018 aún no existe ningún marco internacional en condiciones de resolver los innumerables puntos de conflicto que presenta el mundo.

Por poner solo un ejemplo, hace ya 6 años que los franceses e ingleses intervinieron en Libia para destruir el régimen de Gadafi y a pesar de las consecuencias directas de la enorme desestabilización regional resultante, nadie ha logrado aún restablecer la calma en el país[7]. ¡Y no por falta de interés![8] La realidad es que los innumerables intereses en torno a la resolución de la crisis libia conforman un verdadero circo[9], en mitad del cual ninguna fuerza estructuradora es capaz de tomar el control. Europeos, estadounidenses, saudíes, egipcios… todos quieren resolver la crisis según sus propios idearios, objetivos y prioridades.

Esta pérdida de control en materia de relaciones internacionales está creando las condiciones idóneas para que se desate una competición por el liderazgo mundial. Dado que ninguna institución internacional está en condiciones de imponer legítimamente su solución, las miradas se centran en las grandes naciones para resolver los focos de conflicto, permitiendo que surjan nuevos agentes: Arabia Saudita, China, India, los nuevos EE. UU. de Trump, Turquía… Es esto lo que ha caracterizado al año 2017 en materia de asuntos internacionales.

En 2018, anticiparemos las primeras consecuencias negativas de esta competición por el liderazgo.

El método de liderazgo nacional en jaque

A nivel europeo, después de una década y media (1990 – 2005) de liderazgo británico, seguida de una década (2007 – 2017) de liderazgo alemán, Macron es consciente de la imposibilidad de que Francia, por sí sola, saque al continente del atolladero en el que se encuentra. Es por ello que espera con impaciencia a que la situación política en Alemania se desbloquee para volver a poner en marcha el motor franco-alemán de integración europea[10]. En realidad, ni siquiera Alemania y Francia juntas tendrían la legitimidad suficiente para imponer su visión al conjunto de la UE[11] – ni tampoco a la zona euro[12]. Su fuerza de arrastre dependerá de cómo de atractivo sea el modelo de integración que encarnen. Al contrario que hace 70 años, hay otras naciones y grupos de naciones que también tienen modelos de integración para proponer, empezando por el Grupo de Visegrád, al que acaba de unirse la Austria de Kurz[13] (en un bonito recuerdo del imperio astro-húngaro, como habíamos anticipado[14]).

Por tanto, se avecina una competición de modelos de integración en 2018, con la consecuente división y polarización de los pueblos europeos, algo que solo unas elecciones verdaderamente europeas en 2019 pueden canalizar hacia dinámicas de debate democrático entre partidos transeuropeos, en lugar de hacia un enfrentamiento creciente entre dichos grupos de países.

El caso europeo demuestra cómo el fracaso de las instituciones supranacionales (UE), al obligarnos a volver al nivel nacional, crea las condiciones para que vuelvan las guerras. Aumentan las tensiones entre Italia y Austria[15], España y el Reino Unido (Gibraltar), el norte y el sur de Europa, Este y Oeste[16]… las coaliciones entre países van y vienen, los países más grandes tratan de imponerse basándose en la legitimidad que les confiere su tamaño, los más ricos, en la que les confiere su capacidad financiera, los más populares, en la que les confieren las alianzas que construyen en torno a ellos, etc. Estas demostraciones de poder se corresponden con un regreso a la ley del más fuerte, cuyo origen conocemos bien. En cierto modo, el esfuerzo es válido, pues se trata de encontrar los medios para instaurar políticas. Sin embargo, el modelo es absolutamente disfuncional y genera conflictos crecientes.

A nivel global, se da prácticamente el mismo caso. EE. UU. ya no es la base de un sistema internacional que ha demostrado cada vez más claramente estar a su servicio desde hace veinte años. En 2017, lo ha abandonado definitivamente (destruyéndolo así – como el Reino Unido ha destruido a la UE) para actuar exclusivamente sobre la base de legitimidad de su propio poder. El problema es que la UE no es el único jugador. Rusia, China, India… son contrincantes importantes a causa de los cuales no puede asegurase la victoria.

En el proceso de la vuelta a la gobernanza de nivel nacional, han ido apareciendo autócratas por todas partes: Putin, Trump, Modi, Erdogan, bin Salmán, Xi Jinping a su manera, o incluso Macron[17]… Son dirigentes que tratan de liberar al poder de las garras de los aparatos nacionales y supranacionales. En este sentido, son símbolos de una especie de “rehumanización” de la política, una política más enraizada en aquello en lo que se han convertido sus ciudadanos, a medida que han padecido los grandes golpes sociales atestados por la crisis en los últimos diez años. No obstante, aunque están enraizados en la única legitimidad que les confieren sus ciudadanos, todos deben gestionar cuestiones internacionales extremadamente volátiles, por lo que su única posibilidad de éxito radica en su capacidad de entendimiento mutuo. Sin embargo, dado que es tan difícil poner a tantos agentes de acuerdo, las estrategias más interesantes que se han tratado de poner en marcha en 2017 (Putin y la OPEPE+, Trump e Israel, bin Salmán y el mundo musulmán) podrían estar en jaque en 2018.

Gráfico 2 – Influencia positiva de los países, según la población del país (columna de la izquierda) y según el resto del mundo (columna de la derecha). Fuente: Ipsos.

Es el riesgo de frustración de las innovadoras experiencias en materia de relaciones internacionales que nos ha traído el 2017 lo que pone en peligro al planeta en 2018. Es por ello que hablamos de inmadurez de los grandes agentes de este nuevo mundo. Si el sistema de gobernanza anterior envió a todo el mundo al matadero, nada garantiza que los cambios impuestos por estos nuevos agentes en 2017 vayan a tener éxito.

Pero si fracasan y las tensiones aumentan, la única posibilidad es la escalada.

La ausencia de Europa a nivel global

Europa tiene mucha más responsabilidad de la que quiere admitir en el bloqueo actual que afecta a la instauración de un nuevo sistema de gobernanza mundial. La razón es simple: su ausencia como agente internacional. Europa ya no forma parte del núcleo de lo que debería ser el grupo de los grandes agentes mundiales del siglo XXI. En 2017, archivos rusos[18] o israelíes[19] revelaron una UE discordante y, por lo tanto, inexistente frente al mundo. Sin embargo, el mundo no puede prescindir del que ha sido su continente central durante los últimos 500 años. Su ausencia bloquea toda esperanza de progreso constructivo.

Con todo, para paliar esta ausencia, ciertos agentes nacionales están tratando de tomar la palabra. Es mejor que nada, pero en absoluto suficiente. Europa está interactuando con el mundo de manera cada vez más bilateral y cacofónica[20]. Su legitimidad histórica es efectiva, pero su legitimidad ponderal se ha quedado en estado potencial. La Europa vista desde el exterior ha fracasado en su intento de ser percibida como algo más que un mero grupo de pequeños países que ocupan injustamente un espacio desmesurado en las instituciones internacionales (por citar solo un ejemplo chocante en el mundo actual, 2 países europeos tienen 5 miembros permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU[21]).

En particular, China es muy consciente y está trabajando para reforzar la coherencia y la independencia que Europa debe ofrecer al mundo con el fin de sentar las bases necesarias para fundar el próximo sistema de gobernanza multipolar al que aspira China. Están poniendo todo su empeño en ayudar a la moneda común europea (su ángulo de ataque) a independizarse de la zona dólar, resolver sus problemas estructurales y asumir su función internacional[22].

No es casualidad que el presidente francés haya establecido como punto de partida la reanudación del proyecto europeo, la reforma de la zona euro. Como ya hemos comentado, necesita a Alemania para que el proyecto avance. Es la gran obra del año 2018. Su culminación permitirá refundar el proyecto de integración continental y sentar a Europa en la mesa de las grandes potencias del mundo del siglo XXI, sabiendo que la reunión no puede empezar sin ella[23].

Actualmente, alrededor de esta mesa se sientan muchos invitados (Rusia, China, Turquía…) y recién llegados (Arabia Saudita y “el nuevo EE. UU.”), pero también hay invitados que han abandonado la mesa (Brasil, que ha puesto en duda la participación de América del Sur en la mesa o Sudáfrica, que esperamos esté pronto representada por la Unión Africana), otros que llegan tarde por el atasco (Irán, pero también la India y Europa), y otros que aún se enojan, como Israel.

La ausencia de instituciones supranacionales alrededor de esta mesa conduce automáticamente a la ausencia de los pequeños países. Anticipamos que mientras Europa no encuentre la manera de sentarse a la mesa en total legitimidad y presentando un frente unido, ninguna entidad supranacional logrará hacerlo. Otra buena razón para avanzar en este punto.

El gran vértigo de la novedad

Considerando la pérdida del control de la gobernanza, cuyas razones acabamos de exponer, el panorama que ofrece “el mundo de después” a los ojos de todos crea una especie de vértigo colectivo.

La amplitud, la novedad, la grandeza de la misión y el poder de los instrumentos disponibles provocan esencialmente reacciones negativas, entre ellas, esconder la cabeza bajo tierra. Como ya hemos mencionado, los medios de comunicación, en lugar de tratar de adaptarse a las nuevas dimensiones e integrar nuevas tecnologías a sus métodos de trabajo, reducen el campo de observación a lo que conocen. Desgraciadamente, lo que conocen es una porción ínfima y en vías de disminución, insuficiente para arrojar luz sobre la vida pública. Esta tendencia tiene consecuencias sobre la calidad de los políticos y ciudadanos, poniendo en peligro la democracia.

Las nuevas tecnologías también provocan un creciente rechazo, ahora incluso que invaden todos nuestros modos de funcionamiento. En lugar de servirse de estas herramientas de manera colectiva, la esfera pública desconfía y toma distancia, limitando su uso a los servicios de información general, la banca y el Ejército. Se habla de las perspectivas de paro masivo motivadas por la Inteligencia Artificial[24], cuando de lo que debería hablarse es de la liberación de tareas pesadas y del desarrollo de la creatividad[25].

Toda esta desconfianza por la novedad, por la apertura de este nuevo mundo, genera una enorme inquietud por el futuro en general. El medioambiente es el tema con el que se pagan todos estos temores por el futuro: demasiada gente, demasiada polución, demasiado riesgo de escasez, demasiados riesgos de conflicto, demasiados desafíos de transformación de nuestros modelos de consumo… todo ello en un contexto en el que nada parece ser capaz de controlar el desarrollo frenético.  La sociedad cada vez llama más al repliegue tras las fronteras, al control de las experiencias tecnológicas, a la reducción de la información…

Gráfico 3 – Estimación de la población mundial (gris) y por continentes, 1950 – 2100. Fuente: Wikipedia

La radicalización de la opinión y el repliegue nacionalista o europeísta[26] (lo mismo, pero más grande) seguirán siendo las tendencias dominantes en 2018, que traerá victorias ultraconservadoras en la mayoría de las elecciones del año (Brasil[27], Italia[28], etc.), basadas en la satanización de las innumerables formas del Otro.

2018 en el intervalo entre recuperación económica y regreso a la prosperidad

En el frente económico, por el contrario, las noticias son bastante buenas. La economía debería continuar su reactivación en 2018, en parte gracias a las diferentes formas más leves de proteccionismo – un proteccionismo que se erige sobre la base de grandes instituciones nacionales y supranacionales y que, por el momento, permanece abierto. En este sentido, es más una recentralización que un repliegue.

Esta recentralización da prioridad a los mercados de consumo y producción interiores (chinos, estadounidenses, europeos…) y está volviendo a dinamizar los tejidos de producción, especialmente en los países que ya solo disponían de las finanzas para aumentar su PIB, empezando por EE. UU. e Inglaterra.

Pero esta reindustrialización se basa en una precarización de la población (salarios bajos, empleo precario, reducción de programas sociales, inflación)[29]. Como consecuencia, la recuperación económica no será sinónimo de regreso a la prosperidad. Los sistemas fiscales aún no están preparados. En 2018, Europa y EE. UU. se van a ver atrapados en un intervalo esquizofrénico entre buenas noticias en el frente económico y malas noticias en el frente social.

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