Semillas de guerra (el impacto de la religión en la sociedad)

Los movimientos religiosos fundamentalistas se hacen fuertes en un mundo cuyas transformaciones asustan a las poblaciones que no están bien educadas respecto (y por tanto sospechan) de la modernidad. Asimismo, se fortalecen de la instrumentalización política de la que son objeto. Esta instrumentación, de hecho, les aproxima a los lugares de poder. Su fusión, ya bastante avanzada, con las instancias de poder nacionales es muy mala señal. Especialmente si combinamos esto con una creciente amenaza de crisis financiera que podría actuar como detonante.

En Brasil, la victoria electoral, gracias a la combinación de los intereses del Ejército, las potencias financieras y los evangelistas, de Jair Bolsonaro promete una era de persecución de las minorías étnicas y sexuales, de destrucción del Amazonas, de vuelta a la utilización del petróleo para todo[1], de persecución de los oponentes políticos, de conflicto con Venezuela, de desvinculación de las lógicas multilaterales modernas simbolizadas por la participación de Brasil en el BRICS…

En la India, Narendra Modi está en la cuerda floja entre la modernización y la hinduización del país. Y cualquier traspiés puede resultar en un estallido de violencia contra las minorías y/o los vecinos del país (Pakistán, China…). Su mandato presidencial se pondrá en tela de juicio en las elecciones de 2019. Todo parece apuntar a que ganará el BJP, pero ¿qué BJP? Esta familia política está dividida actualmente entre aquellos que encuentran a Modi demasiado radical[2] y aquellos que lo encuentran demasiado moderado[3]. La carrera por la investidura parece inclinarse hacia el seno del BJP y del resultado de esta carrera depende el futuro del país y del mundo entero[4].

En los Balcanes, entre la polarización política de los tres potencias tutelares de la región (Europa, Rusia y Turquía) y la “democratización” de esta polarización a través de los grupos religiosos afiliados, se están reuniendo las condiciones para el estallido de conflagraciones interconfesionales ante las que no podrán mostrarse indiferentes las potencias tutelares, lo que amenaza con desencadenar un conflicto similar al ocurrido hace 100 años.

Y aunque los Estados logren no entrometerse, este no será un modelo de guerra del siglo XXI, modelo inaugurado por el fundamentalismo musulmán, que moviliza menos las fuerzas armadas que las policiales y justifica todas las infracciones en las libertades, el cual ha ido consolidándose desde el 11 de septiembre de 2001, es decir, en pleno comienzo del nuevo siglo, y cuyas características en términos de demografía y conexión aterran a nuestros Estados. No es de extrañar que estos Estados miren con buenos ojos estos procesos de radicalización que sitúan en escena a los “muy malos que hay que combatir” (los terroristas) y a aliados objetivos de una “totalitarización” de las sociedades (los fundamentalistas “autorizados”).

El sector final de la sociedad que alimentará este “eje” es la ciencia. Los impedimentos éticos frente a la aplicación de los hallazgos científicos en materia de clonación, inseminación artificial y genética encontrarán “libertadores” esenciales en los Estados resultantes del proceso que acabamos de describir. En efecto, aunque estos Gobiernos nazcan del temor al futuro, su temor a los demás les llevará a aplicar las nuevas formas de eugenesia[5] que ofrece la genética, así como las nuevas formas de vigilancia en masa que posibilitan la Inteligencia Artificial y la cadena de bloques[6]. Una triste paradoja. Tampoco sorprende que Hannah Arendt, la gran teórica del totalitarismo y la libertad, esté siendo tan homenajeada en este momento…

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[1]     Fuente: The National.ae, 11/11/2018

[2]     Fuente: GulfNews, 23/09/2018

[3]     Fuente: The Economic Times of India, 12/11/2018

[4]     Como es natural, que lo que le ocurra a 1 200 millones de indios afectará a todo el mundo.

[5]     Fuente: Wikipedia (Gattaca)

[6]     Fuente: Medium, 21/02/2018