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Los chalecos amarillos / Pueblos en cólera: Lo que el GEAB anunció en junio de 2016

Palais Itamaraty (Ministère des Affaires étrangères du Brésil) à Brasília – symboliquement cerné de douves

Como ya venimos anticipando desde finales de 2011, las naciones están indignadas, consecuencia lógica de una crisis sin precedentes, multidireccional y de dimensiones globales, ante la que los niveles nacionales de poder “democrático” son estructuralmente incapaces de responder, mientras las estructuras de gobierno con más probabilidades de proporcionar soluciones, como las estructuras internacionales y transnacionales, no tienen legitimidad política. Pero la legitimidad política se adquiere solo de dos maneras: por la fuerza o democráticamente[1].

Democracias nacionales progresivamente desconectadas

Hoy en día, la ira de los pueblos, manifestada de todas las maneras posibles (patologías psicosociales reveladas por la matanza llamada “terrorismo” y sistemáticamente etiquetada como EI, manifestaciones violentas e interminables, popularización de una crecientemente violenta extrema derecha…) alimenta las interrupciones democráticas. Un gran ejemplo de esto es Brasil, donde las manifestaciones populares han provocado el establecimiento de un  Gobierno provisional no elegido, sin elecciones a la vista (lo que es peor, si el Senado decide finalmente destituir a Rousseff el 16 de agosto, las elecciones presidenciales podrían dejar de celebrarse por sufragio universal y convertirse en una votación del Congreso[2]). Egipto también había eliminado al líder más legítimo y elegido democráticamente de la historia del país, Mohamed Morsi, para sustituirlo por un nuevo dictador militar, más duro incluso que Hosni Mubarak, en “respuesta” a una serie de movimientos populares generados por ciertos rumores acerca de un riesgo de hambruna. Y el mundo “Occidental” aún no ha terminado de presenciar este tipo de intentos de “desconexión” democrática.

En realidad, nuestro equipo ha tomado conciencia recientemente de ciertos hechos evidentes. Fue el caso de Brasil lo que nos ayudó a verlo. Nos preguntábamos qué ocurriría con la participación de Brasil en el BRICS, después de la destitución de Rousseff. Un miembro brasileño de nuestra red nos explicó que el Ministerio de Asuntos Exteriores, el todopoderoso Itamaraty, era de algún modo un Estado dentro del Estado, inmune a las vicisitudes de las elecciones democráticas. Esto suponía en principio una buena noticia para la estabilidad de la política extranjera de Brasil, con respecto al BRICS.

Pero esta información desencadenó una serie de conclusiones sobre todos estos mecanismos de la soberanía nacional, la cual se escapa ahora al control democrático nacional: los bancos centrales son independientes, los ministerios de asuntos exteriores (como supimos en ese momento) están igualmente “protegidos” en todas partes de las elecciones democráticas, nuestros ejércitos (integrados en gran medida a estructuras transnacionales) están al margen del campo democrático, nuestros ministerios de economía son básicamente órganos de ejecución de las políticas decididas por la UE y los miembros de la OMC (entre otros), etc.

Sin embargo, si los ciudadanos del mundo quieren sobrevivir al siglo XXI, deben entender completamente que es imposible permitir a ciudadanos nacionales guiar políticas de alcance mundial, de hecho, transnacional.

Todos los lugares de decisión y por tanto, de poder, son ya transnacionales. Solo permanecen estancados en el nivel nacional los ciudadanos, porque los partidos políticos y los medios de comunicación que supuestamente deben representarlos, no tuvieron la visión, la disposición o la capacidad para organizar su salida de las fronteras, abiertas ya por la regionalización y la globalización.

La ira de los pueblos que estamos presenciando es la de los pueblos inquietos, como ratas encerradas en una jaula sobre la que se cierne el fuego. Estas ratas podrían entrar en acción y organizar su propia supervivencia, si estuvieran fuera de la jaula pero, cuanto más se alarman, más se estrechan los barrotes de la jaula y más carceleros musculosos se sitúan en la puerta (porque hay una puerta).

La tendencia al endurecimiento político, de naturaleza puramente reactiva y no voluntaria por parte de los dirigentes del mundo, está en curso. Pero ellos mismos, o los más inteligentes de entre ellos, saben que este endurecimiento será solo transitorio. Y si, por el momento, los ciudadanos nacionales se perciben como un impedimento para solucionar los problemas transnacionales, justificando actualmente su evasión, va a costar caro calmar por la fuerza la inestabilidad social resultante.

La democracia transnacional en la agenda del G20

Este año, el G20 tendrá lugar en Hangzhou, China, y parece que va a ser un G20 histórico. Los chinos tratan en efecto de establecer al G20 como la plataforma política para una gobernanza mundial que no debe reformarse, sino más bien inventarse. Esta plataforma, que ve cómo sus decisiones se quedan en pura palabrería, tiene que disponer un Secretariado para la ejecución de sus decisiones.  La creación de dicho Secretariado debería anunciarse el próximo septiembre. Pero más allá de esto, el reto está en anclar a las autoridades de la gobernanza global, que se encuentran actualmente flotando y colisionando frecuentemente. No hay problema: la OMC puede convertirse en el “Ministerio Mundial de Comercio”, actuando bajo la autoridad del G20; el FMI se convertiría en el “Ministerio Mundial de Finanzas”; la ONU, en la autoridad legislativa, etc. Los chinos deberían elaborar un plan a 5 años para la organización de una gobernanza mundial basada en el G20, el órgano político actualmente más legítimo y representativo a nivel mundial. Para más detalles, nuestro equipo aconseja encarecidamente a sus lectores que empleen algo de su tiempo en leer el extraordinario artículo “Le sommet qui changera le G20”, de He Yafei, antiguo viceministro de Asuntos Exteriores y antiguo director adjunto de la Oficina de Asuntos de Chinos de Ultramar, sujeta al Consejo de Asuntos del Estado[3].

Es innegable que el mundo necesita este tipo de herramientas. Los problemas son globales y están globalizados y su solución es globalizable. La alternativa es el repliegue nacional, la interrupción de Internet, el restablecimiento de las fronteras… ¿Quién se cree que la democracia se beneficiase de esta evolución de los hechos? ¿Quién se cree que una vuelta atrás es posible? Los ciudadanos nacionales del mundo se encuentran en un callejón sin salida. Una creciente parte cree que el repliegue nacional les permitiría retomar el contacto con sus niveles de poder, lo cual es falso. Los dirigentes populistas que elegirían no tendrían otra opción que continuar actuando a nivel transnacional… salvo que no dudarían en calmar las reivindicaciones de sus ciudadanos por la fuerza. Servirían a un sistema transnacional liberado de las restricciones democráticas.

La única solución es empezar desde arriba, organizando una ciudadanía y democracia transnacionales. ¿Va a tratar el G20 de sentar las bases de un gobierno mundial? ¿Qué probabilidades hay de conseguirlo sin apoyo democrático? ¿Cómo una gobernanza mundial, dirigida por China, podría obtener la adhesión de los pueblos, si no integrase el principio de democracia desde el origen? ¿Quién tiene más legitimidad que los ciudadanos, para imponer que se incluya en la agenda del nuevo G20 su articulación democrática? Todas estas cuestiones constituyen lo que el LEAP va a estudiar y discutir en el marco de su proyecto Euro-BRICS.

Después de todo, la democracia es cuestión de ciudadanos… pero de ciudadanos que saben conectarse con verdaderos lugares de decisión, de manera organizada y constructiva. La nueva configuración geopolítica mundial no solo requiere una puesta a punto de las instituciones y el personal de gobernanza; los ciudadanos también deben estar al nivel y esto solo puede salir de ellos mismos.

De su éxito depende, ni más ni menos, que la paz del mundo.

Leer mas : GEAB 106

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[1] Donde la “democracia” no está considerada un valor sino una herramienta de gobierno basada en un principio de conexión con el interés de los ciudadanos, un instrumento que debe modernizarse por completo, no solamente en su estructura (de nacional a transnacional), sino también en su modo de funcionamiento (debate abierto).

[2] Por supuesto, de manera legal: la constitución brasileña estipula que la elección del presidente se restituirá al Congreso, en caso de destitución del presidente y del vicepresidente durante sus dos últimos años de mandato. Pero Temer afirma que habrá amenaza de corrupción. Fuente: Telesur, 24/05/2016

[3] Fuente: Chine-Info, 11/05/2016

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