La reciente votación de los electores estadounidenses, que rechazaron violentamente la política desarrollada desde hace seis años, no es otra cosa que una inmenso S.O.S. Tanto Irak, como las cuestiones económicas y sociales, y el rechazo a la corrupción en Washington, es lo que determinó la decisión de los electores.
Esta cuestión de la corrupción es un indicador importante a título doble:
Por una parte, es revelador de una sociedad en vías de un rápido agotamiento, ya que la corrupción sólo pasa a ser un tema dominante cuando la mayoría de los ciudadanos percibe el enriquecimiento de sus elites como ilegítimo, en detrimento de su propio bienestar. La corrupción no es un tema de una sociedad « saludable ». Es en el tercer mundo o en países con economías en transición o política donde es prioridad. Esto tiende a confirmar el análisis del LEAP/E2020 que Estados Unidos es un poder de transición de la situación del primer poder económico y político del planeta a otra cosa, la que será mucho menos envidiable. En algunos aspectos, su futura evolución puede hacer pensar en el camino seguido por Argentina hace algunas décadas, al precio de volcar la casi totalidad de su clase media al campo de las clases pobres.
Por otra parte, indica una gran descrédito de las clases dirigentes estadounidenses más allá incluso de las personas de G.W. Bush, Dick Cheney o Donald Rumsfeld. Es en efecto el Congreso el que está intensamente acusado de desconectarse de los intereses de los ciudadanos y de servir de enlace privilegiado entre intereses privados. La otra cifra que ilustra esta desconexión progresiva entre el ámbito dirigente y los ciudadanos estadounidenses: la participación en la elección de noviembre de 2006 sólo fue del 40% (apenas más que las elecciones de mitad de período de 2002) mientras que se supone que la polarización del electorado y lo que está en juego es la guerra en Irak es motivo de sobra para movilizar a los electores. Eso significa que un 60% de los ciudadanos estadounidenses no se sienten representados, afectados o personificados por los dos grandes partidos, aunque lo que está en juego sea fuerte y manifiesto. Al igual que el 40% de votantes que colocaron la corrupción encabezando sus prioridades electorales, este 60% de no votantes es prueba del debilitamiento creciente de las élites washingtonianas en cuanto a credibilidad y legitimidad política. Hay aquí, por otra parte, un paralelo de la misma problemática en la Unión Europea…
Para leer más : GEAB 9 / 16.11.2006