2006, un año decisivo para el Joint Strike Fighter, o el equivalente aeronáutico de la invasión de Irak. El intento de los EEUU de imponer el F35, Joint Strike Fighter (JSF) — el “caza del siglo XXI”- a sus aliados es uno de los problemas más espinosos que la OTAN debe resolver hasta el otoño de 2006. Surgido a mediados de los 90, entre la euforia de unos EEUU convencidos de que el siglo XXI les pertenecía, el proyecto JSF es equivalente en términos de programa armamentístico a la invasión de Irak en términos de estrategia El fundamento es simple: desarrollar un caza polivalente (para la Fuerza Aérea, la Marina…) adaptado a los retos de la primera mitad del nuevo siglo, y conseguir que la Alianza lo cofinancie con el fin de monopolizar el segmento principal de aviación militar en el mundo (y eliminar la competencia como resultado de una economía de escala favorecida por la producción masiva de 5.000 unidades previstas). Sobre el papel resulta perfecto. Y eso está bien ya que está planeado que el avión sea vendido “sobre el papel”, sin ensayos previos.
El Reino Unido, los Países Bajos, Noruega, Turquía… los más fieles entre los aliados de Washington y/o aquellos más interesados en compartir parte de las repercusiones tecnológicas y económicas de este amplio proyecto del JSF, acuden al llamado del Pentágono. Enfrentados al JSF hay tres aeronaves, dos de las cuales ya son operativas: el Gripen sueco, el Rafale francés y el EuroFighter, desarrollado conjuntamente por Alemania, el Reino Unido (que tiene así dos ases en la manga), España e Italia.
El JSF pronto se hunde en una interminable serie de problemas técnicos y financieros9. Los “saltos tecnológicos” necesarios parecen demasiado complejos y la tecnología aún no perfectamente dominada por la industria de defensa de los EEUU. Simultáneamente, las restricciones políticas relacionadas con el 11-S se acumulan sobre las transferencias de tecnología y limitan las repercusiones esperadas por asociados extranjeros (véase Turquía). Mientras, sus aportaciones financieras se necesitan más que nunca a medida que los gastos de desarrollo del JSF comienzan a crecer, al contrario que la aeronave, que sigue siendo un concepto. El coste aumenta de 75 millones de dólares a más de 100 millones por unidad, aunque se reduce la sofisticación del aparato como resultado de varias decisiones de renunciar a distintos equipos…
Para leer más : GEAB 4 / 16.04.2006