GEAB julio 2021

El proceso de distanciamiento de la naturaleza fue inaugurado por el hombre hace mucho tiempo, cuando inventó el fuego quizás; o incluso antes, cuando empezó a fabricar herramientas. La velocidad a la que los humanos se han extraído de la naturaleza ha sido exponencial: muy lentamente durante milenios; más rápidamente desde la invención de la memoria histórica por las grandes civilizaciones de Egipto, Grecia, Roma… La penúltima aceleración se produjo en los siglos XVIII y XIX, cuando la gente dejó de estar satisfecha con lo que la naturaleza producía en la superficie y empezó a ocuparse de lo que había debajo: esta etapa es importante porque marca el paso de la era del progreso concebido como la optimización de los dones de la naturaleza: a partir del siglo XIX, empezamos a emanciparnos de la naturaleza explotando su parte mineral, que antes se consideraba estéril… en detrimento, además, de su parte fértil (animal y vegetal). No es casualidad que la teoría nietzscheana del superhombre se remonte al siglo XIX, porque es en esta época cuando los humanos comienzan a pensarse a sí mismos como dioses que modelan el mundo a su imagen.

Pero seguimos dependiendo de las materias primas de la naturaleza.  Es con la realidad virtual, los datos, internet, que el humano pierde su pie con la naturaleza, dejando de querer dominarla para recrear una nueva.

Es en esta megatendencia de la “artificialización” donde debemos situar los temas de este número especial: el sexo, la familia, la reproducción… aunque haya que cruzarla con otras tendencias como la esterilización, la mercantilización… Y sobre todo con una gran contratendencia: la resistencia al cambio.

Este triple tema “sexo-familia-reproducción” ha llevado a nuestro equipo al corazón de la sociedad humana. Y si por un momento pensamos que este tema era tan ligero como el mes de julio en el que se publicó, pronto nos dimos cuenta de que nos llevaba por el camino de una reflexión casi filosófica de la que estas pocas páginas de este número especial de verano son sólo una prefiguración.

Durante miles de años, el ser humano que aspira a lo divino se ha visto obstaculizado por este instinto que lo ata a su animalidad por excelencia. Sin embargo, no es por falta de intentos. En efecto, la reproducción ha sufrido mil intentos de “civilización”: divinizada en las religiones politeístas, estabilizada en el marco de la “familia”, sacralizada por los votos religiosos, civilizada por el amor cortés, aniquilada por el celibato… En un momento en que el mundo se vuelca en esta etapa decisiva de artificialización, conviene preguntarse qué va a pasar con la función reproductora, con su condición previa, la sexualidad, y con su marco tradicional, la familia.

Si la humanidad tiene ahora todas las herramientas que necesita para realizar el sueño nietzscheano del superhombre, ¿con qué giro de la función animal de la reproducción lo logrará exactamente? ¿Y cómo preservará su humanidad en medio de una tormenta de transhumanismo totalitario? Curiosamente, nuestra exploración del futuro nos ha devuelto al Amor, el gran ausente de la ecuación…