La Política Agrícola Común (PAC), destinada a garantizar la independencia alimentaria y calidad de la alimentación de los europeos, está en crisis desde hace muchos años, un tiempo en el que los ciudadanos europeos no han visto el más mínimo proyecto simple y coherente para su futuro continental común[1]. Los objetivos son evidentes. Las tierras cultivables europeas deben producir alimento para los europeos. Como segunda prioridad y en los límites del mantenimiento de una agricultura sana (calidad de la alimentación) y respetuosa con el medioambiente, los excedentes pueden exportarse. La producción agrícola debe ser accesible a todos en el continente. Los agricultores deben poder vivir decentemente de su trabajo.
Pero frente a estos principios de sentido común, el hecho de que Bayer haya comprado Monsanto, europeizándolo, permite presagiar un considerable refuerzo del poder de presión del gran regulador bruselense por una industria que propone la manipulación genética y la intoxicación de la naturaleza no comestible directamente como únicas respuestas al desafío de alimentar a 7000 millones de personas. Sin embargo, antes de alimentar a 7000 millones de personas, habrá que alimentar a 500 millones de la manera más inteligente posible, una inteligencia que surgirá de la competencia y probablemente de la combinación de innumerables soluciones que se están proponiendo actualmente en Europa y el mundo en general[2].
Es cierto que es necesario reformar e incluso reinventar la PAC, posiblemente sustituirla por un sistema más flexible y moderno. Pero los objetivos no van a cambiar.
La abundancia y el despilfarro en los mercados alimentarios tienden a hacernos olvidar que la seguridad y la autonomía alimentarias europeas están en riesgo. Riesgos que podrían transformar la crisis de la PAC en una verdadera crisis de calidad e incluso de cantidad alimentaria, si no se hace nada inteligente por evitarlos.
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