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La plata siempre ha resistido el paso del tiempo y ha salido victoriosa ya sea como bien básico o como inversión de valor. Desde la Antigüedad, ha sido el dinero del pueblo, que lo ha utilizado para el comercio, la remuneración y el ahorro. El oro implicaba riqueza y poder, y la plata, por su parte, era la moneda de la vida cotidiana y el comercio. El dracma griego o el denario romano constituían un jornal (todo ese esfuerzo por un décimo de onza de este metal tan especial). Aunque el oro sea inconfundible por su suavidad, su color y su peso, la plata ha mantenido su posición por otros motivos. Es más adecuada para la acuñación (pura o aleada al 80 %) y tiene propiedades eléctricas y reflectantes especiales que la han mantenido en demanda hasta la era de la alta tecnología de la información.

El precio de la plata fue una vez el bien más estable de todos porque una onza constituía la unidad monetaria básica en el comercio nacional e internacional. Los imperios se erigían y caían según la disponibilidad de la plata y, cuando escaseaba, la devaluación de la moneda anunciaba el fin tanto del rey como del imperio. Aunque en otra época, el valor de la plata se medía en relación con un día de trabajo, el fin del patrón oro ha causado que el precio del dólar haya aumentado gradualmente hasta estar cotizado en 14-16 dólares la onza. En cuanto al futuro, pronósticos recientes la sitúan en torno a los 18 dólares para finales de año.[1]