GEAB 164

No resultará un mundo bipolar de la actual guerra entre Occidente y Rusia, sino el colapso puro y duro de 500 años de civilización mundial eurocéntrica en cuyo centro están: Europa, Rusia y, en particular, Ucrania. Tampoco involucrará a Estados Unidos, ni a China, ni al resto del mundo necesariamente en la guerra mundial anticipada por la prensa poco imaginativa, pero sí producirá un cambio de paradigma político y económico que será de todo menos leve.

La total incapacidad política para evitar este colapso -que debemos reconocer a pesar de todos nuestros esfuerzos por identificar los innumerables razonamientos y decisiones que han tratado de movilizarse en los últimos 16 años- ha llegado ahora a un límite extremo encubierta por la absurda arrogancia de un Occidente que no puede verse a sí mismo más que como invencible.

El mes pasado hablamos de la temporalidad de la guerra en Ucrania. Si entonces aún era posible imaginar un resultado rápido y constructivo basado en un acuerdo de paz de “neutralidad frente a integridad”^[1], sabíamos que tendríamos que replantearnos nuestra posición al mes siguiente. El empantanamiento está ahora bien orientado, buscado por quienes creen que es la forma de conseguir que el establishment ruso se deshaga de Putin (nuestro segundo escenario) y así lograr una paz sólo en términos occidentales.

Esta estrategia tiene el defecto de no tener en cuenta la popularidad de Putin, que no sólo es fruto de la propaganda, sino sobre todo de una historia que Occidente ya no es capaz de comprender, pues la Segunda Guerra Mundial (la “gran guerra patriótica” de los rusos, en la que perdieron la vida 27 millones de ellos^[2] ) sólo se asocia con el genocidio judío, mientras que los nazis llevaron a cabo otro genocidio, el de la cultura y las lenguas eslavas.

Occidente se equivoca al olvidar las políticas de “germanización” a las que fueron sometidas Bielorrusia y Ucrania en particular^[3] y que resonaron inquietantemente en los oídos rusos cuando el presidente ucraniano Poroshenko se comprometió a prohibir la lengua y la cultura rusas en Ucrania^[4] , por poner un ejemplo. Una destitución de Putin no será suficiente para que la opinión pública rusa vuelva a tener una visión más favorable hacia un Occidente que tendría un largo trabajo de borrado de la memoria colectiva para lograr sus objetivos de “reconciliación”.

Por esta razón, la clase dirigente rusa, sean cuales sean sus intereses económicos, será reacia a deshacerse de Putin. Esto nos acerca a nuestro tercer escenario, el escenario de la catástrofe en el que todo el modelo de civilización occidental se derrumba con el doble golpe de la guerra y la hambruna.

De hecho, las embajadas europeas van ahora a Moscú (Francia, Alemania, Austria) y vuelven con las manos vacías porque al mismo tiempo Estados Unidos sigue enviando armas a Ucrania. Como ya ha dicho Putin, no tiene sentido negociar con gente que no tiene la sartén por el mango. Así que todo el mundo está en un tobogán hacia el infierno.

Leemos por todas partes que la crisis está uniendo a los europeos. Esto es cierto sólo en apariencia y en la medida en que la paz está cerca. Pero cuanto más se aleje la paz, más divididos estaremos los europeos. Las elecciones francesas ya muestran el poderoso impacto de la crisis en las posibilidades de Macron, que efectivamente se ha beneficiado del primer periodo de guerra, pero que sufre esta nueva fase en la que la desesperación muestra su rostro. Tanto es así que creemos que si sale adelante, será sólo porque las elecciones se celebran en mayo como estaba previsto. Pensamos que un mes después, las posibilidades de reelección de Macron se habrían vuelto negativas. Es probable que salga adelante antes de que el hacha caiga, pero, como comentamos más adelante en este número, le costará gobernar según su ADN euroliberal (gobernar en todo). La legislatura y la opinión pública le obligarán a alejarse más y más y cada vez parecerá más anacrónico: un “primero de la clase” en la jungla…