Hoy en día, los productores, distribuidores e inversores de energía de todo el mundo se enfrentan a un triple golpe: la caída de la demanda, la caída de la capacidad y la guerra de los precios, que no para de socavar el sistema energético basado en corporaciones internacionales de las que todos dependemos. ¿Están los países condenados a repetir los errores del pasado, o puede el Movimiento Verde trabajar con el gobierno para defender un acuerdo basado en la reducción de la demanda de energía y en formas más localizadas de generación? El año que viene, hasta la celebración de la Cop26 en Glasgow, será vital para preparar el escenario.
La COVID-19 ha arrasado el mundo en los últimos seis meses, trayendo una parálisis social y financiera a una escala nunca vista. En el proceso ha iniciado, o acelerado, muchos cambios sistémicos en el área de los viajes, la economía, la política y la medicina global que antes sólo eran un sueño lejano.[1] Tras una importante disminución de la demanda de gasolina, gasóleo y combustibles de aviación, se produjo un exceso de oferta y el consiguiente colapso de los precios internacionales de los combustibles.[2] Al mirar hacia el “Mundo de después” (¡o quizá deberíamos decir el mundo con COVID-19!), debemos considerar cómo estos cambios afectarán la agenda climática. En particular, el “Pacto Verde” propuesto por la UE, debería ser incorporado a un plan de trabajo en la próxima Conferencia Internacional sobre el Clima – Cop26.[3] ¿Recibirá esta iniciativa un impulso o sufrirá un revés a medida que las empresas energéticas establecidas luchen por recuperar su cuota de mercado en un paradigma de energía reducida?
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