Todo el mundo sabe que lo que no se dobla, se rompe[1]. Esta es la amenaza que se cierne sobre la economía de la Unión Europea a corto plazo. El funcionamiento supranacional de sus instituciones carece de flexibilidad y, en la competencia económica internacional, al reorganizarse, se encuentra con competidores mucho más ágiles. En la actualidad, la caída del nivel de vida, alimentada por la inflación[2] e impulsada por una crisis del poder adquisitivo, amenaza a la economía mundial y, en particular, a los hogares y a las pymes. La UE es la más expuesta, con repercusiones directas sobre la deuda privada y diversos sectores económicos, en particular el mercado inmobiliario. No anticipamos un desplome repentino, sino más bien una recesión lenta y dolorosa que conducirá a una significativa degradación de la UE en la clasificación económica mundial[3].
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