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El boletín mensual del Laboratorio Europeo de Anticipación Política (LEAP) - 15 Oct 2019
El extracto publico

Como síntesis e introducción a nuestro “Calendario futuro Global Europe en 56 fechas”, anticipamos un final de año lleno de giros y sorpresas. “Sorpresas” para el pensamiento mediático predominante, que sin embargo están en línea con muchos de nuestros análisis precedentes.

Brexit: ¿proteccionista Inglaterra o Europa?

En pleno núcleo de la inversión de tendencias se encuentra el brexit, que va a abrir una nueva era de relaciones comerciales globalizadas, situando a sus creadores, los británicos, en el centro de la acción.

La relación con la victoria británica de Trafalgar es evidente. Faltos de efectivos, los británicos debían perder. Su almirante Nelson no sobrevivió. Pero finalmente, Napoleón abandonó toda esperanza de conquistar el Reino Unido y los británicos ganaron la supremacía de los mares.

Tomemos estos diferentes puntos y apliquémoslos a la situación actual:

– el pequeño Reino Unido, sin apoyos y aislado del continente, no debía sobrevivir a su temeraria salida

– el Reino Unido que reinó en el continente durante treinta años a través de la UE ha pasado a mejor vida

– Europa no recuperará al Reino Unido con sus propias condiciones, sino todo lo contrario, será ella la que se adapte al Reino Unido

– los británicos están a punto de reposicionarse en el centro de las dinámicas mundiales modernas

En abril de 2018, en nuestro artículo “¿Y si el brexit ha sido un éxito?”[1], advertimos a los europeos de un exceso de arrogancia. A solo unas semanas de la salida efectiva del Reino Unido, no podemos evitar imaginar un escenario que dejaremos a su propio juicio y que cotejaremos con la realidad que se aproxima.

Aunque los medios de comunicación no se han hecho demasiado eco de esto, parece que Johnson tiene previsto rebajar los aranceles británicos una vez salga de la UE[2]. No es de extrañar que Johnson y Varadkar parezcan haber alcanzado un acuerdo en cuanto a su problema con la frontera irlandesa. Ni que los europeos hayan convocado una cumbre de urgencia a finales de mes para adaptarse a este anuncio[3].

De hecho, el 1 de noviembre (al día siguiente del brexit), es la UE la que va a quedar de institución proteccionista. Es cierto que se muestra abierta a nivel interno, pero es extremadamente inflexible en sus intercambios con el resto del mundo, como demuestran las enormes dificultades que han obstaculizado la celebración de los acuerdos de libre comercio con Canadá, Estados Unidos o Mercosur, y las diversas acusaciones de “proteccionismo normativo” que se le han hecho.

Y empezamos a entender:

– que si los británicos se van, no es para encerrarse en sí mismos, sino para abrirse al mundo

– que si salen de la UE y dejan la puerta abierta, no se van realmente

– que al contrario, los únicos obstáculos al comercio británico-europeo provendrán del continente

– continente que seguro no tardará en pensar en rebajar los aranceles al Reino Unido.

El problema es que si el Reino Unido está abierto al mundo y la UE está abierta al Reino Unido, este se convierte en el epicentro del comercio entre la UE y el mundo. Algo así como Hong-Kong (o el Área de la Gran Bahía) para China.

Mientras la UE no se abra al mundo, tan pronto como la abandone, el Reino Unido va a resultar extremadamente atractivo para todos los países que quieran comerciar con Europa, lo que invierte completamente la lógica de relativa asfixia del país asociada al período intermedio entre el referéndum y el brexit (pero “no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”).

La pregunta es: ¿se quedarán los europeos como están u optarán por la apertura del continente? Lo segundo agradaría mucho a Trump, que insiste en que Europa se abra a los productos estadounidenses (lo cual por otra parte ya ha comenzado).

Por qué el brexit de Johnson pone a todo el mundo de acuerdo:

– los partidarios del brexit obtienen un brexit teórico

– los partidarios de quedarse en Europa no sufren un brexit real

– los financieros de la City se reposicionan en pleno centro del comercio internacional del mañana

– el poder adquisitivo no se ve afectado, ya que el precio de los productos no aumenta

– la economía británica puede continuar exportando

– Trump obtiene su punto de acceso a la UE

– el poder bruselense resuelve sus tediosas negociaciones comerciales con el resto del mundo de un golpe

– los Gobiernos y economías europeos respiran

– los pueblos europeos no comprenden lo que ha ocurrido, pero les dicen que es una buena noticia.

Y en realidad es una buena noticia para la economía, aunque no para el ecologismo y la soberanía. Aunque… ¿recuerdan lo que escribimos sobre el proteccionismo procomercio en marzo de 2018?[4] Creemos que el modelo de comercio globalizado que inaugurará el Reino Unido el 31 de octubre consistirá en reafirmar las soberanías nacionales, a expensas de los experimentos fallidos de creación de un nivel supranacional de soberanía. En teoría, las rutas comerciales se abrirán de par en par, pero cada Gobierno (si no cada ciudad) recuperará su libertad de regulación personalizada, por lo que se abandonarán las negociaciones en bloque y será imposible sacarlas adelante.

Los países y las ciudades están invitados a establecer las alianzas circunstanciales que quieran para reforzar ciertas posiciones proyecto a proyecto, tema a tema. Pero ya no decide por ellos ninguna autoridad no electa.

Es el fin de la UE tal y como la conocemos. Y no es grave, ya que esta UE, ahora obsoleta, puede hallar en la solución británica el medio para su propia transformación. Teóricamente, no va a desaparecer. Pero como ya hemos dicho muchas veces, es el Consejo de la UE, es decir, los Estados, el que marcará el tono, coordinando un espacio de cooperación reforzada. La Comisión Europea se limitará a desempeñar su función de administración común de los asuntos comunes, porque aún quedarán algunos, empezando por toda una variedad de instrumentos de supervisión que siguen siendo pertinentes. Más sombrío es el futuro del Parlamento Europeo, que mientras no se adapte al modelo modular de la nueva Europa (ya planteamos la idea de un Parlamento dotado de “supercomités”, como comités en los que no estén representados todos los países de la UE, por ejemplo, un supercomité de la zona euro), corre el riesgo de concentrar las últimas energías antieuropeas.

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